Jan Gehl: "En el siglo XXI, urge encontrar algo más inteligente que el auto: una combinación de piernas, bicicletas y transporte público"
Herald Square en Nueva York antes … |
… y después de Gehl Architects. |
Estocolmo.- En la última década, el urbanista Jan Gehl y
su equipo de 50 arquitectos han retirado los coches del centro de Moscú,
Melbourne o Shanghai. El pabellón danés de la última edición de la Bienal de
Venecia, dedicado a la dimensión humana en la arquitectura, ha rendido homenaje
al autor de más de 30 libros que defienden la reconquista ciudadana de las
calles.
El despacho de Gehl Architects, en Copenhague, ocupa un
piso alto en un edificio antiguo. En el patio se acumulan las bicicletas. Tras
las escaleras de madera, mobiliario danés, transparencia y luz, aunque parezca
imposible con la lluvia azotando la calle.
Con lo acelerada que se ha vuelto nuestra vida, ¿todavía
podemos ser una sociedad que camina?
El Homo sapiens camina. Una persona que no lo hace está
incompleta. La Organización Mundial de la Salud recomienda que las ciudades
sean transitables. La falta de ejercicio es uno de los mayores problemas de
salud en el mundo. Mayor que el tabaco hace dos décadas. Caminar es sostenible
en todos los sentidos. El coche tiene los días contados en la ciudad.
¿Usted cómo se mueve?
En bicicleta.
¿Con 80 años?
Mi mujer, también. Vamos a nuestro ritmo. Y cuando
salimos a cenar nos podemos tomar una segunda copa de vino. El automóvil era
una tecnología inteligente hace casi cien años. Pero a medida que las ciudades
se densifican -y no hay otro crecimiento posible- se convierte en un estorbo.
En el siglo XXI, en ciudades con 10, 20 y hasta 30 millones de personas, urge
encontrar algo más inteligente que el automóvil: una combinación de piernas,
bicicletas y transporte público.
¿Por qué cuesta convencer a políticos y ciudadanos?
Caminar es la manera más agradable de moverse por una
ciudad, pero exige ir despacio. Yo digo que no pierdes el tiempo, ganas la
vida.
¿Cómo empezó a reivindicarlo?
En los sesenta viajé a Italia para ver cómo utilizaban el
espacio público. Las calles servían para ir de un lugar a otro, para quedarse
en ellas.
En los cincuenta, cuando estudió, formaban a los
arquitectos para ser modernos.
Sí, para hacer rascacielos, vivienda en la periferia.
Brasilia era el modelo. Ser moderno era moverse en coche. Y cuestionar el
pasado.
¿Cualquier ideal que desprecia todo lo anterior es
sospechoso?
La modernidad no trató bien a la gente. Dijeron que iban
a hacer viviendas dignas para todos, pero los enviaron al suburbio. Lo mismo
que hacen ahora en China: los sacan del campo, los meten en una torre y les
dicen que van a ser felices teniendo agua corriente.
Su mujer, que es psicóloga, le hizo ver que la modernidad
no funcionaba para las personas.
Sí. Ingrid hacía preguntas que nos costaba responder
cuando mis amigos de la escuela de arquitectura venían a casa.
¿Qué preguntaba?
¿Por qué no nos interesa la gente?
¿Qué le contestaban?
Nos dimos cuenta de que los edificios se retrataban antes
de la inauguración o de madrugada para que no hubiera nadie estropeando la
foto. El urbanismo se había separado de las ciencias sociales. Ellos sabían
mucho de gente y nosotros de edificios, pero no los relacionábamos al pensar la
ciudad. Por eso elegí este campo.
En los sesenta, esas reivindicaciones se pusieron de
moda.
Una moda minoritaria que no se enseñaba en la
universidad. La primera en dar la voz de alarma fue una mujer: Jane Jacobs. En 1961
se opuso a los modernos y a los conductores neoyorquinos reivindicando el
barrio, pero para lograr que Broadway fuera peatonal tuvimos que esperar a
2009.
Denuncia lo que ocurre en China, pero trabaja allí.
Todos mis libros han sido traducidos al chino, pero
desgraciadamente no parece que hayan tenido tiempo de leerlos.
¿Qué ocurre allí?
Han vivido un cambio social radical, la llegada masiva a
las ciudades con una economía mejorada. Han tenido que construir rápidamente
vivienda para 150 millones de personas y lo han hecho en serie. Lo pagarán
caro. Han transformado a millones de jóvenes agricultores en consumidores y les
han dado una casa con agua corriente, pero vivir no es sólo tener un piso. La
vida es lo que rodea el piso. En algunos lugares han empezado a cuestionar la
ciudad moderna y tratan de construir de otra manera. Por lo menos se hacen
preguntas. Ése es el principio.
¿Cuál ha sido su consejo para mejorar Shanghai?
Ha sido fácil porque el trazado estaba hecho pensando en
la gente. Era cuestión de limpiarla de coches, y la gente ha reconquistado la
calle.
¿Cómo le puede decir a quien lleva siglos moviéndose en
bicicleta que no ha llegado su momento de trasladarse en coche, que debe seguir
pedaleando?
En muchas ciudades chinas llegaron a prohibirlas. Pero
ahora vuelven. El aire irrespirable que vemos en las noticias les ha llevado a
pensar que estaban mejor con ellas. Han vivido nuestra evolución en apenas una
década.
¿Hoy la bicicleta es el mejor transporte urbano para
cualquier lugar?
Sí, y las piernas. En sitios como Dubai puede hacer
demasiado calor, pero en Singapur nos pidieron incrementar el uso de la
bicicleta a pesar de sus 30 grados y su altísima humedad. No caben más
carreteras y tienen que combinar trenes y bicis. Hace sólo cinco años, en Moscú
no veías ninguna; ahora, están por todas partes.
¿Cuántas caben en una ciudad?
No hay límite. Aquí el 45% de la población se mueve en
bicicleta.
Amsterdam parece invadida.
Donde aparca un coche caben cinco bicicletas. Eso es
buena economía del tráfico: más gente llega al centro, los comercios y los
restaurantes.
No es un símbolo de estatus social, como el coche.
Hubo un momento, en los sesenta, en que aquí también era
importante la marca del coche, pero pasó. La bicicleta es una forma de vida.
¿Cómo se cambian los valores de los ciudadanos?
En el momento en que se van los coches llegan el aire
limpio y la vida a las calles. La mejora en la salud de la gente debería convencer
a cualquiera. No puedo evitar ser optimista: he visto cambiar lo que parecía
inamovible. Hace 10 años, en nuestro 45º aniversario de boda, mi mujer y yo
fuimos a un restaurante en bicicleta y después comenzamos a pedalear para
comprobar cómo se había transformado la ciudad. Al final de la noche habíamos
recorrido 19 kilómetros. Cuando nos casamos, eso hubiera sido imposible. Cada
día la ciudad mejora un poco. Eso educa a la ciudadanía, los ciudadanos deben
querer el cambio. Uno debe enorgullecerse, no avergonzarse, de lo que deja a
sus hijos.
¿Los problemas son siempre los mismos? Oposición de los
comerciantes, discusiones con los fabricantes de coches.
Sí. En Copenhague yo preguntaba: ¿qué tipo de comerciante
es usted? ¿No se da cuenta de que ahora hay más gente delante de su escaparate?
Está probado que la circulación de personas, no de coches, favorece el
comercio. Es fundamental documentar eso. Los ingenieros manejan datos sobre el
tráfico de automóviles, pero apenas sobre el movimiento de las personas. Ese
conocimiento es clave para negociar.
Su planteo no es invencible. Londres se le resistió.
En Nueva York o en Moscú los alcaldes son fuertes y
deciden el futuro de la ciudad. En Londres, con el poder de los 33 barrios, el
alcalde es débil. Un tercio de la ciudad pertenece a la reina. Otro tercio es
del duque de Westminster, y fue él quien nos llamó para mejorar los barrios de
Mayfair y Belgravia, justo donde uno no esperaría ver una bicicleta.
¿Qué diría a quien opine que defender la ciudad del
caminante es oponerse al progreso?
Relacionar progreso y coche tiene que ver con la
educación. Nuestra sociedad está orientada al tiempo libre. Hace 20 años, si
preguntabas a alguien qué hacía en la ciudad, en el 99% de los casos te
contestaba que comprar. Ahora el 80% dice que viene para estar aquí. Las
ciudades atractivas para la gente tienen economías saneadas. Hay mucho dinero
en el disfrute urbano.
En un mundo cada vez más digitalizado, ¿urge encontrarse
en la calle?
Eso es un mito. Los dos mundos, el virtual y el real,
funcionan juntos. La gente se convocó a través del móvil, pero se reunió
físicamente en la plaza de Tahrir, en El Cairo. Las plazas han cumplido un
papel fundamental en la historia política.
De Copenhague a Nueva York o a Melbourne, ¿puede un
modelo de ciudad funcionar en distintas culturas?
De nuevo me remito al Homo sapiens como un animal
caminante: es más lo que nos une que lo que nos distancia. Si estudia ciudades
antiguas en Japón o América, todas tienen algo en común: fueron concebidas para
el hombre. Si construimos acercándonos al cuerpo humano, la base será buena.
Siempre fue así hasta que los modernos decidieron cuestionarlo todo.
Para salvar las ciudades no se necesita sólo que la gente
camine por las calles, sino también que pueda permitirse vivir en ellas.
La gentrificación, el cambio en las condiciones y
equipamiento de un barrio, arruina la urbe haciéndola monotemática: los precios
aumentan y sólo un tipo de habitante puede permitirse vivir allí. Los
urbanistas no podemos solucionar el problema porque no viene del urbanismo,
sino del ámbito económico, y requiere decisiones políticas. Como estoy en
contra de cualquier cosa que empeore la ciudad, creo necesario un porcentaje de
vivienda social en todos los barrios.
¿Quién puede caminar en las ciudades?
En ciertos países equivale a jugarse la vida porque no
hay ni aceras. El urbanismo para caminar y pedalear es más barato que cualquier
otro, aunque las distancias exigen otros transportes. La posibilidad de cubrir
andando incluso una larga distancia aumenta la calidad de vida urbana. El
alcalde de Bogotá decidió invertir en el 80% que caminaba visto que durante
años se había invertido en el 20% que se movía en coche. Para tener todos una
vida mejor, debemos permitir que la gente sin recursos pueda moverse. Es
esencial facilitarles la circulación.
Peñalosa pavimentó aceras donde ni siquiera había
carreteras.
Cuanto más pobre se es, más importante es el espacio
público. La calle es el campo de juegos, el salón comunitario. Como política
social para mejorar la vivienda, hay que mejorar la ciudad.
¿La vida en la calle siempre es posible?
Hay miedo y polución, pero lo peor son las urbanizaciones
valladas. Procedo de una escuela contraria a ese tipo de vivienda que ocupa una
manzana. Cuanto más poblada está la calle, es más vigilada por los propios
transeúntes y más segura. Es lógico que en una manzana donde sólo hay una
comunidad de vecinos y no hay comercio, la calle quede desierta. Y las calles
desiertas dan miedo. Los niños están seguros en las urbanizaciones, pero ¿qué
tipo de educación les das? ¿Para protegerse hay que aislarse? No se puede tener
todo y hay que pensar en las consecuencias de nuestras elecciones. La manera más
segura de vivir en la ciudad es con la gente en la calle.
¿Es usted un arquitecto de ideas más que de
construcciones?
Absolutamente, de ideas y de ideología.
¿Qué es peor para la ciudad: los coches o la
globalización?
Los coches son como una invasión de ratas: algo letal. La
globalización es una invasión de la mente.
¿La terraza de un bar es un espacio público?
Los espacios público-privados, como los centros
comerciales, no son espacios públicos. Pero sentarse en la calle a mirar a a la
gente es uno de los placeres de la vida. Me gusta tomar café en la calle, pero
hay que limitar las terrazas para que haya bancos donde se siente quien no
pueda pagar el café. Eso hace una ciudad más real. Y más segura.
¿Una ciudad viva está siempre en construcción?
Sí. Cuando algo no cambia, muere.
¿Cuánto cuestan sus proyectos?
No cobro por compartir mis ideas. Si se me pide un
consejo a medida, cobramos la tarifa de cualquier profesional. Lo que propongo
es lo más barato que se puede hacer, pero necesita voluntad de cambio. Mi
manera de ser un arquitecto decente es probar con las ciudades aparentemente
más inamovibles, por eso Broadway marcó un hito. "If I can make it there,
I'll make it anywhere. It is up to you, New York, New York" [responde
cantando a Frank Sinatra].
Trabaja en 30 países, ¿no es ya un arquitecto global,
parte del star system?
Claro. [Carcajada.] Me lo tomo como una cruzada, una
defensa de la presencia de las personas en las calles.
¿Es rico?
No. Me ha preocupado más difundir lo que defiendo que el
dinero. Pero mi vida es mejor que la de mis padres. Este año cumpliré 80 años.
Llevo 50 investigando, 50 en la misma casa, 50 moviéndome en bici. Por eso
viajo tanto: mismo barrio, mismo trabajo, misma mujer.
Profesión: arquitecto
Edad: 80 años
Verdadera estrella de la arquitectura mundial que
defiende con su obra la sostenibilidad de las grandes metrópolis. Artífice de
desafíos como peatonalizar Broadway, en Nueva York, ha convertido en cruzada su
defensa de un urbanismo donde las personas, y no los automóviles, tomen las
calles
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